En esos momentos, paré mi reflexión y empecé a gritar como una loca hasta que una compañera del departamento por fin consiguió escucharme y dar aviso a los amos de las llaves. En poco tiempo pero, para mí no excesivamente rápido, aparecieron por la puerta del fondo del pasillo dos individuos de traje azul con cara de incredulidad los cuales no tardaron mucho en decir: AL TIMBRE SOLO SE LLAMA EN CASOS MUY EXTREMOS.
Por primera vez y, aunque parezca casi increíble, me alegré de su presencia.
Inmediatamente se movilizaron, llamaron a la ambulancia y cómo no, a los mossos d’esquadra que tampoco tardaron en llegar. Enseguida fui trasladada al hospital penitenciario. En el trayecto mis contracciones eran cada vez más seguidas y fuertes.
Mientras me atendían los médicos y, con la mirada continua de los mossos d’esquadra, el momento del parto se acercaba claramente. No me quitaban ojo.
Después de una noche larga y dolorosa, aunque a la vez espectacular por el brillo y resplandor de las estrellas, llegó, por fin, esa tan esperada criatura: Nermín!! En el reloj marcaban las 5.15 horas de la madrugada, era tan hermoso escuchar su llanto y sentir el calor de su piel en mi piel que hacía que la vida se paralizara ya que lo único que importaba era ella. Tenía la piel avellana y bastante pelo negro azabache.
Pasaron varios días y era hora de volver a aquel lugar tan frío que, solo con abrir las puertas, te invadía el vacío. Se acercaba la vuelta a la realidad. A partir de ahora, nuestra realidad. En esos momentos se unían dos sentimientos: la tristeza de vivir donde vivía y la alegría del nacimiento de mi hija.
Mi mente, a la vez, producía un huracán de pensamientos: ¡¡ Qué momento tan especial era tener a mi hija entre los brazos y comenzar una nueva vida!! ¡¡Qué triste a la vez, simplemente ver que tienes dos mossos d’esquadra custodiándome para volver a aquel pasillo tan largo donde todo dio comienzo!!
No todo aquello era tan malo, ahora tenía algo por lo que luchar. Nermín me acompañaba y a la vez me daba fuerza para poder superarlo, por fin la última puerta y ya no podía más, las lágrimas me sucedían sin poder controlar aquella sensación de ahogo.
Ha pasado ya cierto tiempo, muchos meses y Nermín comienza a gatear. Es bonito ver cómo disfruta sin ser consciente de dónde vive…ya han pasado 8 meses y todavía al acostarme, cuando cierro los ojos, me veo en aquel hospital acompañada por mi hija y por aquella mirada incesante que recorría el habitáculo sin poder disimular el ser vista, controlada en cada uno de mis movimientos como si fuese una terrorista y, poco a poco, tomo el sueño intentando olvidar esta imagen con esperanza y energía. Se lo debo a ella. Me lo debo a mí.
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